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Opinión

Herencia

Mi papá se fue de mi casa hace quince años. No recuerdo con fidelidad el entorno, pero sí recuerdo que empezó a llegar tarde, cada vez más, hasta que un día simplemente no llegó. Al menos una vez a la semana lo veo o hablo con él por teléfono para intercambiar algunas banalidades. Hablamos sobre cómo le fue al Guadalajara en la jornada del torneo de fútbol mexicano o qué función de Lucha Libre me tocó narrar. Él hace algunos comentarios, pero no me cuenta nada. Más bien creo que no tiene nada para contar o que no sabe contar nada. Como sea, mi papá se fue de mi casa hace quince años.

¿Qué me dejó? Creo que nada. No pienso en objetos materiales sino en una de esas cosas los padres le dejan a los hijos y que son para toda la vida. Un equipo de fútbol, un luchador, una canción… quizá me dejó a los Rolling Stones, pero Mick Jagger no es parte fundamental de mi vida.

Al quien sí le dejaron fue a Shalom. El domingo pasado, Cerebro Negro bajó la escalinata de la Arena Naucalpan, subió al ring y le entregó nombre y máscara a su hijo, quien a partir de ese día es conocido como Cerebro Negro Jr. En esta ceremonia, Ricardo Antonio Morales González no sólo puso en manos de Shalom su equipo de lucha sino también su reputación, sus victorias, sus derrotas, sus lágrimas, sus lesiones y todo lo que pasa un luchador debajo del cuadrilátero. Shalom recibió un legado.

La Lucha Libre le da la posibilidad a muchos hijos de heredar algo inmaterial y mucho más valioso que cualquier propiedad. Así le sucedió a Sahalom. Será su responsabilidad preservarlo o dejarlo perder.

Ahora que recuerdo, mi papá me compraba máscaras y muñecos de luchadores. A él no le gustaba la Lucha Libre, pero a mí sí. Muchos dicen que la Lucha Libre se transmite de generación a generación, pero nadie especifica el orden. De alguna manera, yo le dejé la Lucha Libre a él. Será su responsabilidad preservarla o dejarla perder.

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