Escribo este texto desde una habitación de hotel en la ciudad de Querétaro. Vine aquí a pasar el fin de año para alejarme un poco de la mala calidad del aire en la CDMX, donde se recomienda a los grupos sensibles evitar las actividades al aire libre. Vine aquí para alejarme un poco del tráfico, del ruido, de la mala educación. Vine aquí a pasar el fin de año para alejarme un poco de la crueldad.
Pero parece que la crueldad es algo de lo que uno no se puede alejar. Veo por televisión un programa deportivo con formato de mesa de debate, el típico show en el que cuatro o cinco personas encorbatadas hablan con una ligereza alarmante sobre las obligaciones, las responsabilidades y los fracasos de los demás. No existe la piedad.
En la Lucha Libre tampoco existe. En diferentes niveles, el deporte espectáculo también tiene su buena dosis de crueldad. No hay compasión de los aficionados que suben fotos de los luchadores sin máscara a través de redes sociales. No la hay por parte del luchador que no colabora con los demás porque se siente más importante que ellos. Tampoco existe piedad por parte del promotor que se aprovecha del luchador ávido por tener actividad, ni del gladiador que abusa de un empresario inexperto pero adinerado. Sobran bloqueos, pero falta seguridad laboral. Los medios de comunicación creen que pueden impulsar o impedir el desarrollo de quienes suben al ring a desempeñar su profesión. Por muchas razones, la Lucha Libre es, quizá, el deporte más cruel.
Pero no sólo es eso. Así que, antes que se acabe el año, aprovecho el marco de esta ciudad desde la que escribo para retomar la historia de Rey Cometa y Espíritu Negro. Dos muchachos queretanos que perdieron sus máscaras en la Arena México y que parecían condenados a la zona media de los carteles del Consejo Mundial de Lucha Libre. A media pandemia por coronavirus, de la noche a la mañana, mediante la votación de los aficionados, tomaron el sitio estelar de la función del 87 Aniversario de la Lucha Libre para retar a Místico (hoy Dralístico) y Carístico (hoy Místico) y contender por el Campeonato Mundial de Parejas.
La Lucha Libre también regala esos días, esos momentos que no se pueden explicar pero sí atesorar en el corazón.
Un día después de ese aniversario, platiqué con uno de los integrantes de la entonces llamada Pareja de Oro y Plata. Acostumbrado a los sitios estelares y a ganar, me dijo algo como: “A estos chavos se los comió la presión. No están para estas luchas”. La Lucha Libre retomó su curso, con su respectiva crueldad.